Podemos definir el posicionamiento de un producto en el mercado como la imagen que tienen del mismo los sujetos a los que va dirigido, comparado con otros productos de la competencia o con otros productos que comercializa la misma empresa. Teniendo en cuenta la saturación de información sobre bienes y servicios que tienen los consumidores, un buen posicionamiento de nuestros productos se convierte en una estrategia primordial para toda empresa que quiera triunfar en el mercado.
Las empresas utilizan diversas y variadas estrategias de posicionamiento relacionadas directamente con el producto con el objetivo de despertar en el consumidor una emoción, sensación o ilusión que los impulse a la compra. Si nos ceñimos a las características o propiedades que este tenga podemos observar varios tipos:
– Basada en los beneficios que ofrece: por ejemplo, “deja la ropa más blanca” (calidad) o “ayuda a reducir el colesterol” (bueno para la salud).
– Basada en la comparación con otros productos de la competencia: por ejemplo, “más contenido en fruta que…” (eficacia, calidad), “si encuentra otro más barato le devolvemos la diferencia” (económico) o “con cinco años de garantía” (seguridad).
– Basada en alguna característica específica: por ejemplo, la duración de una pila o el grosor extrafino de una tablet (innovación).
– Basada en las recomendaciones de especialistas: por ejemplo, un champú recomendado por dermatólogos o un limpiador de lavavajillas recomendado por sus propios fabricantes dan sensación de eficacia y calidad.
También existen otras estrategias de posicionamiento relacionadas ya no con el producto en sí, sino con la marca. En estos casos se pretende que el producto se asocie a ideas como la calidad, el prestigio o su bajo precio. Ejemplo de ello son Pascual con el eslogan “La calidad, nuestra razón de ser”, Mercedes con la exclusividad de sus automóviles o los supermercados Dia con sus precios mínimos.
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